Fortuna
la mía, sí. La fortuna de entender lo que significa vivir a mi aire tanto para
mi libertad como para la tuya. Y no es que sea yo muy lista, no, es que he
tenido la suerte de ver y vivir de cerca, en primera fila y propias carnes, el
a mi aire bueno.
Recuerdo
el comedor de mi abuela, la mesa grande con sus servicios, vinos,
aguas y gaseosas… y recuerdo el trasiego continuo de gentes ¿viene tal? No! Ha
llamado Pascual que no viene pero dice Fulano que viene Mengano… y recuerdo la
organización, a tu padre échale ya, yo espero a tu hermano, primero los niños
¡cuidado conmigo que ya soy mayor y yo como con los mayores! ¡calla enano y a
la mesa!... Y comían unos, a mitad de plato llegaban otros y al café faltaban
ya algunos o estábamos todos, depende del día… Y eso, decían, era de muy mala
educación, de poco respeto a la cocina, a la mesa y al resto de asistentes, y
mi abuela reía, miraba como aquel que sabe más de lo que cuenta y dice, y añadía
¿si? ¿tú crees? pues igual llevas razón… Y ahí quedaba la cosa.
Recuerdo
las carreras, los saltos, las voces, las prisas, los escalones arriba y abajo
de dos en dos y hasta rodando en alguna ocasión… el ¡dale un beso a tu abuela!
¿has saludado a tu abuelo? Y las muecas de los niños, las pocas ganas de calma,
besos y sofá, las muchas de pelea y risa, de circo y fiesta. Y recuerdo una vez
más aquella sonrisa, aquel gesto, aquel ¡deja a los niños jugar! ¡son
niños!
Recuerdo
las sobremesas, los comentarios, las discusiones, los desacuerdos, las voces,
las risas… y poner otra cafetera al fuego.
Porque
en mi familia somos así, cada uno a su aire, no hay más que ver a los que
éramos entonces los niños, uno entre Australia y Coruña –ahí es nada- tres en Madrid, en realidad ya cuatro porque
el que estaba en Lérida se nos ha unido en la capital con la intención de
quedarse, otro entre Santiago y Carballo y la pequeña en Alicante… Y allá que
vamos todos a aquella mesa, raro es que coincidamos ya todos juntos y a la vez
pero a veces unos, otras otros, siempre a aquella mesa y siempre cada uno a su
aire.
Y
sabía yo entonces por qué mi abuela reía, porque lo que ella tenía es que si
preguntabas siempre respondía, te gustara o no lo que tenía que decirte, ella
te decía aquello que verdaderamente creía porque era honesta y se guardaba el
dolor que le arrancaban tus lágrimas si lo que las había provocado era algo que
ella sabía que necesitabas saber, corregir, mejorar… y decía siempre ‘quien
bien te quiere te hará llorar’. Porque la lealtad es ser honesto, desde el amor
y desde el cariño. Desde el respeto. El respeto de verdad, no el del por favor
y el gracias, que bien está mantener las formas, pero mejor, mucho mejor y más
importante mantener el fondo, el respeto al individuo y a su libertad de acción
y omisión.
Sabía
yo que mi abuela reía porque lo que ella buscaba con aquella libertad máxima en
su casa y en su mesa, con aquella puerta abierta que pareciera giratoria de
tanto trasiego como parecía el salón a veces el de los hermanos Marx… su
objetivo era el presente y llevar el presente al futuro, que entonces y ahora
siguiera siendo su mesa el lugar de acogida y acomodo para todos y cada uno,
para los suyos y los que llegaban a serlo, a hacer más grande lo que era ya lo
más grande de su vida, su familia.
Y
pensaba yo, con mi mente obtusa de adolescente, que se sometía ella a la
libertad del resto, casi por tonta la tomé alguna vez –dicho sea desde el
cariño y respeto máximo, que sé yo que de leer ésto ella se carcajearía-. Y
hoy, a mis 38, sonrío yo porque hoy sí, abuela querida, hoy sí te entiendo de
verdad… hoy entiendo que no había sometimiento alguno, que tú ibas tan a tu
aire como todos porque tú, más que nadie, más que todos, sabías lo que
significaba vivir a tu aire.
Tú
sabías que la libertad individual, ese vivir cada cual a su aire, es una
necesidad, sabías que no se puede encorsetar el alma y la intención, ni los
anhelos y deseos del corazón, sabías que el mundo estaba ahí fuera y ahí nos
querías a todos, descubriéndolo, viviéndolo… y sabías, como saben pocos y como
quienes vivimos a nuestro aire y al tuyo llevamos impreso en nuestro adn, que
esa libertad individual, ese a mi aire tiene límites porque algo va mal en tu
aire si provoca tempestades en el aire ajeno.
Libertad
y respeto, decías… cada uno a su aire, libre, sin alterar el aire ajeno,
respetando. Pues verás, abuela querida… aquel equilibrio tuyo que tanto admiro, no está de moda… hoy el respeto tiende a quedarse
en la forma, en palabras huecas tras las que no hay nada porque no salen del
corazón sino solo de la garganta –por favor, gracias…- y hoy la libertad parece
absoluta, cada cual es libre de hacer lo que le venga en gana y los demás que
arreen… Y eso no es así ¿verdad? Así no es posible, así no funciona…
Tú
sabías del error y la inconsciencia de vivir al aire propio sin valorar las
consecuencias que provoca el viento que dejas a tu paso en los demás. Tú sabías
que tomarse la libertad de ser generoso y bueno era una buena idea que sólo
podía traerte a ti y a los tuyos cosas buenas, cierto es que no siempre te
funcionó, pero hoy, abuela querida, te reconozco que no te faltaba razón, que
quien siembra viento recoge tempestades y quien siembra generosidad, sea la
cosecha como sea, vive en paz consigo mismo y con la vida y ahí sí, ahí si cabe
el ‘y los demás que arreen’.
Tú
sabías de equilibrios como nadie… sabías que no es lo mismo ser servicial que servil, que quien lo confunde yerra tanto si es por no ayudar como si es por no entender, valorar y respetar la ayuda que recibe; sabías de la importancia del bien común y la
responsabilidad individual, de la necesidad de libertad y del respeto a la
libertad del otro… del daño de la envidia, lo bueno de la ilusión y los sueños
y lo mejor del aprendizaje y el esfuerzo, y decías ‘tú inténtalo a ver…’
‘…de todo se aprende’ ‘no te importe lo que digan, no te importe lo que hagan,
tú a lo tuyo, tú haz lo que tienes que hacer y hazlo bien’.
Y eso
hago, lo intento al menos, lo que tengo que hacer, lo que quiero hacer, lo que
puedo hacer… y lo hago con resultados dispares pero siempre desde la
honestidad, la ilusión, el trabajo, el esfuerzo y la fe en que un mundo más
saludable, más dulce y más feliz empieza en cada pequeña acción de cada día.