Que llegara con el NO es NO grabado en la frente y se vaya a ir con el SÍ es SÍ tatuado en la espalda es casualidad pero también muy representativo de la riqueza ética y retórica del personaje.
Se abrazó al NO es NO como si esa escueta frase contuviese la sabiduría de todos los filósofos que en el mundo han sido, ahora trata de desembarazarse de su antónimo, un SÍ es SÍ que se traduce en la reducción de penas para los agresores sexuales y en el fin de los días en los que el poderoso parecía ser él; en realidad fue todo un espejismo, nunca tuvo del poder más que la sensación de él, quienes mandaban realmente eran quienes parecían dejarle mandar a él: mandaba (manda) Otegui, mandaba (manda) Junqueras, mandaba (manda) la élite económica con la niña del banco a la vanguardia y mandaba, mal que nos pese, Pablo Iglesias, no porque él en sí haya ostentado jamás poder alguno sino porque Sánchez le robó el proyecto para gozo y alborozo de los que mandan (y mandaban).
Que va a pasar a la historia es cierto, y él lo sabe, pero también sabe que a la historia han pasado hasta los personajes más infames, de ahí su preocupación por cómo será recordado, una preocupación que, según hemos descubierto estos días gracias a Máximo Huerta, viene de antiguo: ya cuando formó su primer gobierno, aquel que muchos llamaron 'el gobierno bonito', le quitaba algo el sueño pensar en cómo pasaría a la historia... Pero le sucedió lo que, antes o después, nos sucede a todos: la realidad se impone.
Y su realidad era bien sencilla: el PSOE del NO es NO no podía gobernar con Rivera como no pudiera antes dejar gobernar a Rajoy ¿y entonces? Entonces Pablo Iglesias (Turrión), que había llenado antes el traje vacío* de Pedro Sánchez, refundó el PSOE (déjenme que me explique antes de pensar que desvarío...).
Sánchez tenía que enterrar al PSOE de la cal viva (así lo definió Iglesias, no yo) y lo hizo porque el PSOE que vio sufrir y morir a los suyos a manos de ETA no soportaría la foto que se hicieron Simancas y Lastra con Bildu ni lo que esa foto suponía; a partir de ahí ya todo fue una huida hacia adelante que tal vez los libros de historia alcancen a explicar (aunque sólo si borramos del mapa la Ley Celáa), una huida que alcanzó el clímax al grito de ¡SÍ es SÍ!.
Fue entonces, presa quizá del fervor del momento, cuando Sánchez cometió el error que, más allá de todo lo que ha hecho y dejado de hacer, lo sacará de la Moncloa: defendió públicamente el SÍ es SÍ de Podemos, una ley que para agravar las penas de los condenados por delitos sexuales 'menores', aligeraba las de los condenados por delitos sexuales graves. Cabe que no supiera lo que hacía o que no supiera medir lo imperdonable que iba a resultar eso en las urnas, cabe que se confiara pensando que, dado que las feministas de hoy en día proponían la ley, todas miraríamos para otro lado al ver a los delincuentes sexuales con sus penas reducidas, es posible que todavía hoy piense que el feminismo es Irene Montero y no Clara Campoamor o, a lo peor, piensa que son lo mismo...

Pero nada de eso importa ya. Lo que importa es que del mismo modo que al gritar NO es NO se convirtió en líder de la izquierda e incluso de parte de la derecha, al gritar SÍ es SÍ se convirtió en Pablo Iglesias y, lo que es más importante, rubricó la transformación del PSOE en Podemos, su particular refundación del PSOE.
Y, si es verdad eso que dicen algunos de que las elecciones se ganan en el centro, tras renunciar a la socialdemocracia y al pensamiento liberal progresista, el PSOE renuncia a ganar... o gana desde la radicalidad más absoluta (tan absoluta que lleva en su seno a terroristas condenados).
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*La definición de Sánchez como traje vacío es de Juan Carlos Girauta.